miércoles, 14 de mayo de 2008

DIANA FLOREADA A LAS 6 A.M.

27 de abril, primera jornada (Rabanal-Molinaseca, 25 km según Mundicamino)
Teníamos previsto levantarnos sobre la siete para iniciar la ruta una hora después. Con seguridad todos deseábamos que amaneciera cuanto antes para empezar de una vez; tras doce meses de espera podría decirse que estábamos ansiosos. Inesperadamente, a las seis se encendió la luz y empezó el trajín en el departamento de los ciegos. Dormíamos pared con pared, más exactamente semipared con semipared, con lo que se oía hasta moverse una mosca y la luz era común. Los invidentes, por lo demás, hacían bastante ruido y tampoco eran conscientes del impacto de la luz del techo. De hecho, uno de sus acompañantes, vidente, recomendó en alta voz apagar la luz y de inmediato respondió con sorna uno de los ciegos: “¡A mí no me molesta!”, provocando la hilaridad en nuestra zona. Sensu contrario, nos llamó la atención el silencio de los perros, de los que solo detectábamos el sonido de sus collares metálicos cuando se sacudían la cabeza.
Una vez en marcha iniciamos una jornada de diseño. Despejada y con sol, pero sin calor; a la temperatura justa para disfrutar del paisaje. Aquí van Beni, Susana e Irache comenzando la ascensión a la Cruz de Hierro.

Las vistas durante todo el día fueron espectaculares sobre las montañas que limitan León con Galicia incluido el monte Teleno (Pepe dixit) con nieve en su cumbre. A destacar la dureza del trazado, con 8,5 kilómetros de subida nada más empezar, abundantes bajadas y, lo peor de todo, piedras y pedruscos por todos los lados, en muchos tramos con lajas de pizarra oblicua como suelo. En Foncebadón, en plena subida, econtramos a estos perros, totalmente fritos y despreocupados del conjunto de los peregrinos que pasan todos los días por el camino. Pasotas, en suma.

En esta etapa se pasaba por la Cruz de Hierro, punto emblemático del Camino y uno de los más altos (1520 metros), donde todos los peregrinos dejan una piedra, al parecer traída desde su lugar de origen, aunque esto último está por demostrar. Al final, aquello se ha convertido en un verdadero monte de piedras. En la foto se ve a Juan depositando la suya.

Quizás debido a la preparación mantuvimos un ritmo más que decente, aunque hubo un momento crítico al llegar a Molinaseca. Los tres o cuatro últimos kilómetros discurren por una encajonada vereda por donde no corre el aire y se generó un ambiente asfixiante a la hora de más calor del día. Allí sudamos y sufrimos, con el añadido de que el albergue se encontraba en la salida del pueblo, lo que supuso un plus inesperado de casi un kilómetro.
Mediada la etapa nos fuimos cruzando con los ciegos, que iban en dos o tres grupos. En fila, ayudados por los perros y guiados por sus compañeros con vista; la imagen impresiona y hasta tienes cierta sensación de culpa por aquello de que tú puedes ver mientras ellos padecen tras invalidante limitación.

Pese a ello se les veía felices, satisfechos de su hazaña, y en un momento dado les echamos una mano para sortear unos charcos; era todo lo que podíamos hacer. En El Acebo, donde un grupo de nosotros hizo una parada técnica (en nuestro argot, reponer fuerzas con bebida y casi siempre algo sólido) coincidimos con Loli Robes, una de las invidentes. Tenía un problema en la rodilla y hacía la etapa a su bola; en ese momento acabábamos de descender más de 300 metros en pocos kilómetros por un camino accidentado y todos nos preguntamos como podían hacerlo ellos con el esfuerzo que nos había supuesto a nosotros. Loli nos informó que en su grupo los chicos también iban de “machitos”: llevaban en las mochilas la comida de sus perros (tres kilos al inicio que van menguando a razón de 300 gramos por día) desdeñando el coche de apoyo con el que contaban (nosotros no lo tenemos y, ojo, tampoco lo queremos ¿o no?). La siguiente foto de las chicas de oro es del pueblo más cercano a Molinaseca, Riego de Ambrós, especialmente pintoresco y bien rehabilitado. En Rabanal comprobamos que es un pueblo bonito, pequeño pero agraciado, con numerosas casas de piedra bien mantenidas. Molinaseca es bastante más grande pese a que tiene poco más de 500 habitantes a los que atienden en 45 bares, sí 45. La explicación radica en que acuden en masa desde la vecina Ponferrada a tomar vinos, aunque el que probamos durante estos días no nos dejó, salvo excepciones, mucha huella. El albergue (privado) estaba muy bien y las opciones de utilizar el municipal nulas. Lo gestiona el mismo personaje que te informa al llegar que el público está en obras. Dicen que cuando lo llena milagrosamente accede a abrir el municipal, lo que no deja de ser una cuestión a investigar. También nos llamó la atención la familiaridad del hospitalero (cuya mujer, francesa, rondaba por allí) con una peregrina alemana; tal parecía un ligue de manual y a ambos se les veía muy entretenidos ya que a ello dedicaron gran parte de la tarde. No obstante, la germana se marchó al día siguiente. En esta foto que hizo el hospitalero aparece de acoplada. Pero lo que a nosotros nos alegró fue que tenía suelos de madera, habitaciones muy amplias y unos baños aceptables, quizás los mejores de todos. De hecho fue el mejor albergue y, quizás por ello, la hora de la siesta fue un jolgorio de dos horas de risas y chistes hasta deternillarnos, una auténtica terapia. Las lavanderas mantuvieron un pequeño rifirafe a la hora de poner la lavadora pues una pareja pretendía algo así como que se la dejaramos porque la tenían reservada. No se les hizo caso y después se les devolvió la jugada doblando con total parsimonia la ropa seca, mientras la paisana aguardaba a que quedara libre la secadora, éso sí, con ejemplar paciencia y sin decir ni pío. Comimos un buen churrasco pasadas las cuatro de la tarde en un restaurante próximo de buen aspecto donde nos aceptaron por aquello de que dar de comer a trece debe ser rentable, y cenamos, después de tomar una copa junto al río, en un mesón más enxebre (los foráneos, al diccionario de gallego) del interior del pueblo. Un rato antes Beni se había marchado, pienso que con pena, para su casa. Asuntos profesionales le obligaban a interrumpir la marcha con el compromiso de regresar el miércoles por la tarde. Nosotros, como siempre, a una hora prudentísima, a dormir.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Dias antes de la salida la última bajamar de Patos descubrió dos piedras lisas, pulidas, de un naranja brillante.Una para Susana y otra para mi, pensé. Su destino: el pie del mastil de La Cruz de Fierro. Allí, manteniendo tradiciones,ritos,magias y liturgias quedaría el recuerdo de nuestro paso y de un caminar que todavía no era cansino. Así hice en compañía de Poro y El Gran Chamán no sin antes pedir un deseo del que ya no me acuerdo pero imagino.
De vuelta a casa, enchufando lavadoras y guardando credenciales Susana comenta: "¿ y esta piedra?". "...Te la puse en un bolsillo lateral de tu mochila para que la dejases en la Cruz, te lo dije, has andado 180 Kms. con 250 grs. de más, eres una campeona...".
Por una vez la que no escuchó fué ella.
La pìedra, ahora en compañia de otras traidas de no sé donde aguarda el retorno a su playa, a su origen. También vuelve a casa.

Anónimo dijo...

"Inlcuso para la Policía Local de Cambre"


Tú si que eres lista .....

Menos faltar al respeto.

Por cierto cuando quieras haces una oposición para Cambre y demuestras tu gran inteligencia .