lunes, 12 de mayo de 2008

LA CITA CON EL JATO Y EL DOBLADO DE ROPA

28 de abril (segundo día): Molinaseca- Villafranca del Bierzo (31 km)
En esta etapa atravesamos todos los viñedos del Bierzo e hicimos una travesía bastante pesada por Ponferrada, en la que ya habíamos dado unas cuantas vueltas en coche al ir hacia Rabanal merced a la pericia conductora del Gran Chamán. Esta foto es de un androficio espantoso que, a modo de "rañaceos" están construyendo en Ponferrada, muy a tono con el entorno, cual se puede comprobar.Hubo bastante asfalto, aunque pasamos un pueblo bastante agradable, Cacabelos. En la foto se nos ve en plan estiramientos a las ocho de la mañana en la puerta del albergue de Molinaseca.
Año atrás, una velada nocturna en el albergue de Barbadelo nos dejó a todo el grupo con las ganas de conocer a El Jato, titular de un albergue privado en Villafranca, en la etapa previa al ascenso de O Cebreiro. Un marinero de Noia, con el que tomamos unos cuantos aguardientes, nos contó su experiencia en esta localidad. Juraba que llegó allí sin un duro y que El Jato le ofreció cobijo gratuito durante varias semanas, por lo que para él era como un padre. «¡Ao Xato que non mo toquen!», repetía una y otra vez en tono excitado. Fruto de aquella confraternización entre dos grupos de peregrinos nos quedó el recuerdo del personaje. Precisamente en aquella ocasión fue cuando conocimos a Sergio (que después dejaría un imborrable recuerdo en la reina Mora) y su amigo de peregrinación, el funcionario de prisiones, dos tipos entrañables. Quizás por ello, a la hora de dejar Molinaseca Juanma quedó encargado de reservar telefónicamente plaza en el albergue del susodicho.
Dicho y hecho. Al tratarse de un recinto privado no hubo problema alguno y así se transmitió a la estirada comitiva, más larga de lo habitual debido a la longitud de la etapa. Pese a ello, Jaime, amparado en «sus chicas», hizo un intento a media mañana para llevarnos al parador y darnos todos a la molicie con el argumento de que íbamos a llegar muy cansados. Juanma, en el tono amable que le caracteriza en estos casos, le recordó que existía un pacto previo para conocer al famoso Jato.Y no hubo más. El de la foto no es un albergue sino un camión corriente, convertido en autocaravana en plan casero que encontramos por el camino.
Sin embargo, la opción del Jato había nacido gafada, sin duda. Pepe y Nacho, que llegaron los primeros a Villafranca, desdeñaron el albergue municipal, el primero que aparece, y caminaron 150 metros más hasta el del Jato. De entrada no les gustó y, mientras Nacho hablaba con el encargado, Pepe se coló en su interior. Al reaparecer, Nacho le preguntó: «De uno a diez, ¿qué puntos le das?».
- Dos
- Pues vámonos.
Al alberguero lo dejaron con la palabra en la boca cuando incluso ya había sellado las credenciales pero al parecer estaba al borde de un coma etílico y porrero y tampoco le importó demasiado. Nacho, habilidoso, le espetó un vago «...es que no nos convence», y salieron a toda prisa. Según contaron después, era una porquería y ni siquiera teníamos posibilidades de conocer al Jato, que se había largado a Brasil o vaya usted a saber donde.
El albergue municipal no estaba mal...ni tampoco bien, como casi todos. Demasiadas literas en cada habitación y baños raquíticos para el número de gente. Estábamos bastante hacinados, cual se puede ver en la foto. Nos colocamos en la planta superior, la segunda, dispuestos a quedárnosla para nosotros aunque sobraban una decena de camas. Durante un rato nos valió la excusa de colocar cosas nuestras en todas las camas para que los que entraban creyeran que todo estaba ocupado. Sin embargo, una expedición de ciclistas portugueses, nueve en total, forzó a la hospedera a contar y recontar... y tuvimos que hacerles sitio. Resultaron ser unas personas majísimas, que venían de cerca de Viseu. Todos compañeros de trabajo, jefe incluido; otro grupo lo hacía a pie y juntos llegarían a Santiago. Además de su habitual educación, por la mañana tuvieron el detalle de cantarle el cumpleaños feliz con entusiasmo a su jefe. A nuestra pregunta de si se esforzaban tanto por ser tratarse de un compañero o del jefe, con sinceridad precisaron que «por las dos cosas». Por la noche Nacho se dedicó a mover las bolsas de fruta que habíamos comprado para ver si conseguía que Alvaro dejara de roncar. Alvaro nos confesaría después que estaba hasta el gorro de despertarse cada vez que Nacho meneaba las bolsa. Cosas de compartir habitación con otros veinte.
Villafranca es un lugar bonito, que en siglos pasados debió ser muy importante. Conserva una gran colegiata y un antiguo convento reconvertido en hospedería, también de grandes dimensiones. El castillo pertenece a la familia de Cristóbal Halfter y su hijo ha rehabilitado una torre en la que pasa temporadas.
Comimos en un mesón (El Padrino) recomendado por unos paisanos como el lugar de mayor calidad. No estuvo mal la comida a base de guisos, pero la amabilidad de los hospederos brilló por su ausencia. Ante lo contundente de la comida a la hora de cenar optamos por unos sandwichs y en esta cafetería negociamos el desayuno para la hora de apertura del día siguiente, las 7.30. Se imponía madrugar para andar un largo camino y ascender a O Cebreiro.

A la hora de recorrer el pueblo las chicas fueron madrugadoras mientras gran parte de los chicos nos quedamos jugando al «culo» con la baraja que, como siempre, trajo Nacho. El encargo incluyó la recogida, y doblado, de la ropa que quedaba en la secadora. Así lo hicimos cuando la alberguera nos la entregó tras sacarla de la máquina. Fue un rato de juerga ante el esfuerzo que suponía doblar prendas de todo tipo, aunque es de justicia señalar que Pepe se lo peleó más que nadie, creo recordar. Echamos unas risas intentando averiguar a quien pertenecían las prendas más llamativas, principalmente las interiores femeninas, valorando tamaños, diseños y colores. Unas veces acertamos y otras ni por asomo.
Pero la verdadera juerga llegó al regresar al albergue. La encargada nos esperaba con un cariacontecido bilbaíno.... que era el propietario de parte de la ropa que nos había dado (por error). El hombre, recién jubilado y que viajaba solo, según nos contó al día siguiente en La Faba, donde coincidimos, no tenía más mudas y estaba realmente preocupado. Nos dio calurosamente las gracias por devolverle la ropa tan perfectamente doblada. Ni qué decir del bochorno ante el cachondeo de ellas por no enterarnos de que las prendas no eran nuestras. Y todo por colaborar.

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