Un año más el club del Camino de Santiago se reunió para llevar a cabo su semana de caminata y convivencia, tan importante una cosa como la otra. La salida estaba fijada para el domingo en Rabanal del Camino (León), punto en el que terminó el 2007; sin embargo, la concentración tuvo lugar en Melide, la meta de este año, donde debían quedar los vehículos. Allí estábamos convocados los de siempre: el mayoritario clan vigués (Pepe, Susana, Jaime, María José, Paco, Juanma y Ana) más los tres de fuera: Porota (Pontevedra), Irache (A Coruña) y el oventense Nacho. Todos fuimos puntuales con la excepción de Paco. Un asunto personal de entidad le impidió acudir aunque tenía previsto incorporarse el miércoles.
Finalmente ni siquiera éso pudo ser y todos supimos que sentía muchísimo no poder acudir. Es uno de los puntales del grupo y con frecuencia nos acordamos de él durante la semana. Así, en cierto modo, también hizo este tramo del camino con nosotros. Una brillante gestión previa de Jaime había conseguido un garaje para los coches. Otras veces utilizábamos el párking del hotel de la última noche, pero el de este año no tenía. Con el consabido recurso a los compañeros (compañera en este caso) gestionó un bajo del amigo del amigo denoséquién. A la hora prefijada allí nos dimos cita. La novedad esta vez fue la presencia de cuatro incorporaciones; dos de los fichajes fueron obra de María José (Beni y su marido, Álvaro, ambos de Nigrán, que fueron directamente a Rabanal) y los dos restantes de Nacho (Ulpiano, Hulpiano o Ulphiano, que no lo tengo claro a estas alturas, y Juan, vecinos por este orden de Madrid y Zaragoza, aunque la procedencia sevillana del segundo era inocultable). Los cuatro dieron mucho juego por motivos bien dispares y apostaría a que tienen intención de repetir.
Solventado este traspiés llegamos a Rabanal, donde conocimos a Beni y Álvaro. En la foto se nos ve antes de cenar, tan descansados. Instalados en el albergue El Pilar, disfrutamos de una agradable cena a base de ensalada, huevos y bacon, la primera de muchas parecidas, y tras un paseo por el pueblo nos fuimos a la cama. El postre de la cena fue la entrega a todos (salvo a los nuevos, que tienen que ganársela volviendo el año próximo) de una camiseta destinada a animarnos para acudir dentro de dos años a Japón. Pepe tuvo la idea de hacer el Kumano Kodo, al parecer la versión japonesa del Camino de Santiago; al principio lo tomamos a broma, pero poco a poco la idea ha ido tomando cuerpo. Juanma y Ana decidieron darle un impulso pidiendo a un amigo de Begoña un diseño original y encargando su materialización.
Para dormir nos instalaron en un extremo del albergue ya que la hostalera, con buen criterio, había reservado el cuarto más próximo al baño para un grupo de ciegos. Sí, he dicho ciegos, invidentes, que para nuestra sorpresa también estaban haciendo varias etapas del camino. Como las paredes de las habitaciones del antiguo establo no llegaban al techo oíamos moverse (mínimamente, por cierto) a sus perros guía, de raza Labrador, quienes les escoltaban al baño y a cualquier sitio adonde acudían.
En años de caminatas por el Camino de Santiago habíamos visto personas discapacitadas en la ruta. Sin una pierna, un brazo o cualquier otra minusvalía, pero nunca invidentes. Es más, si me llegan a preguntar antes de verlo diría que es imposible. Pues no, posible y muy posible. En el capítulo del día siguiente hablaremos del sistema que siguen pues los vimos ejerciendo de caminantes. Chapeau. En lo personal su vecindad supuso madrugar más de lo previsto (se levantaron a las seis y sus despertadores recordaban con voz la hora cada pocos minutos) y un indudable enriquecimiento personal por lo excepcional de contemplar semejante dosis de esfuerzo y superación personal.
Después desayunamos dando todo tipo de facilidades a la posadera (<¡Todos cafés con leche, verdad!>, preguntó; , etcétera). Al final, entre risas, llegamos a la conclusión que todos habíamos pedido una bebida diferente tras porfiar que queríamos lo mismo. Cosas nuestras y de otros 40 millones de españoles, supongo.
Y por fin llegó el esperado momento de empezar a caminar con la suerte de disfrutar de una jornada soleada pero para nada calurosa. Casi el ideal. En la foto se nos ve en la puerta del albergue, a puntito de salir.