jueves, 15 de mayo de 2008

EL MISTERIO DEL AUTOBUS INEXISTENTE

26 de abril, primer día (concentración)
Un año más el club del Camino de Santiago se reunió para llevar a cabo su semana de caminata y convivencia, tan importante una cosa como la otra. La salida estaba fijada para el domingo en Rabanal del Camino (León), punto en el que terminó el 2007; sin embargo, la concentración tuvo lugar en Melide, la meta de este año, donde debían quedar los vehículos. Allí estábamos convocados los de siempre: el mayoritario clan vigués (Pepe, Susana, Jaime, María José, Paco, Juanma y Ana) más los tres de fuera: Porota (Pontevedra), Irache (A Coruña) y el oventense Nacho. Todos fuimos puntuales con la excepción de Paco. Un asunto personal de entidad le impidió acudir aunque tenía previsto incorporarse el miércoles.

Finalmente ni siquiera éso pudo ser y todos supimos que sentía muchísimo no poder acudir. Es uno de los puntales del grupo y con frecuencia nos acordamos de él durante la semana. Así, en cierto modo, también hizo este tramo del camino con nosotros. Una brillante gestión previa de Jaime había conseguido un garaje para los coches. Otras veces utilizábamos el párking del hotel de la última noche, pero el de este año no tenía. Con el consabido recurso a los compañeros (compañera en este caso) gestionó un bajo del amigo del amigo denoséquién. A la hora prefijada allí nos dimos cita. La novedad esta vez fue la presencia de cuatro incorporaciones; dos de los fichajes fueron obra de María José (Beni y su marido, Álvaro, ambos de Nigrán, que fueron directamente a Rabanal) y los dos restantes de Nacho (Ulpiano, Hulpiano o Ulphiano, que no lo tengo claro a estas alturas, y Juan, vecinos por este orden de Madrid y Zaragoza, aunque la procedencia sevillana del segundo era inocultable). Los cuatro dieron mucho juego por motivos bien dispares y apostaría a que tienen intención de repetir.

Llegado el momento de partir para Rabanal María José recibió una inesperada llamada telefónica. Aparentemente se le descompuso la cara y nos explicó lo ocurrido: El autobús alquilado para llevarnos a Rabanal se había averiado a pocos kilómetros. Ofrecían traer otro desde Astorga, pero tardarían varias horas. Primera crisis. Tras un rápido análisis se encontró una solución de repuesto: viajaríamos en el coche de Ulpiano (optaremos por la acepción más común), con seis plazas, y en el de Juan que nada más llegar se topó con la proposición deshonesta tras más de 600 kilómetros de viaje hasta Melide. Ambos volverían de regreso por Rabanal y hasta allí les llevaría Nacho, camino de Asturias. Sin pretenderlo, los nuevos daban prueba del valor de su presencia; no obstante, durante la semana les surgió más de una vez la duda de si realmente se había alquilado un bus o todo fue un montaje en el que ejercieron de pringaos. Ulpiano, hábil en esto de la investigación, con seguridad sigue dándole vueltas al dilema.

Solventado este traspiés llegamos a Rabanal, donde conocimos a Beni y Álvaro. En la foto se nos ve antes de cenar, tan descansados. Instalados en el albergue El Pilar, disfrutamos de una agradable cena a base de ensalada, huevos y bacon, la primera de muchas parecidas, y tras un paseo por el pueblo nos fuimos a la cama. El postre de la cena fue la entrega a todos (salvo a los nuevos, que tienen que ganársela volviendo el año próximo) de una camiseta destinada a animarnos para acudir dentro de dos años a Japón. Pepe tuvo la idea de hacer el Kumano Kodo, al parecer la versión japonesa del Camino de Santiago; al principio lo tomamos a broma, pero poco a poco la idea ha ido tomando cuerpo. Juanma y Ana decidieron darle un impulso pidiendo a un amigo de Begoña un diseño original y encargando su materialización.

Para dormir nos instalaron en un extremo del albergue ya que la hostalera, con buen criterio, había reservado el cuarto más próximo al baño para un grupo de ciegos. Sí, he dicho ciegos, invidentes, que para nuestra sorpresa también estaban haciendo varias etapas del camino. Como las paredes de las habitaciones del antiguo establo no llegaban al techo oíamos moverse (mínimamente, por cierto) a sus perros guía, de raza Labrador, quienes les escoltaban al baño y a cualquier sitio adonde acudían.
En años de caminatas por el Camino de Santiago habíamos visto personas discapacitadas en la ruta. Sin una pierna, un brazo o cualquier otra minusvalía, pero nunca invidentes. Es más, si me llegan a preguntar antes de verlo diría que es imposible. Pues no, posible y muy posible. En el capítulo del día siguiente hablaremos del sistema que siguen pues los vimos ejerciendo de caminantes. Chapeau. En lo personal su vecindad supuso madrugar más de lo previsto (se levantaron a las seis y sus despertadores recordaban con voz la hora cada pocos minutos) y un indudable enriquecimiento personal por lo excepcional de contemplar semejante dosis de esfuerzo y superación personal.

Después desayunamos dando todo tipo de facilidades a la posadera (<¡Todos cafés con leche, verdad!>, preguntó; , etcétera). Al final, entre risas, llegamos a la conclusión que todos habíamos pedido una bebida diferente tras porfiar que queríamos lo mismo. Cosas nuestras y de otros 40 millones de españoles, supongo.
Y por fin llegó el esperado momento de empezar a caminar con la suerte de disfrutar de una jornada soleada pero para nada calurosa. Casi el ideal. En la foto se nos ve en la puerta del albergue, a puntito de salir.

miércoles, 14 de mayo de 2008

DIANA FLOREADA A LAS 6 A.M.

27 de abril, primera jornada (Rabanal-Molinaseca, 25 km según Mundicamino)
Teníamos previsto levantarnos sobre la siete para iniciar la ruta una hora después. Con seguridad todos deseábamos que amaneciera cuanto antes para empezar de una vez; tras doce meses de espera podría decirse que estábamos ansiosos. Inesperadamente, a las seis se encendió la luz y empezó el trajín en el departamento de los ciegos. Dormíamos pared con pared, más exactamente semipared con semipared, con lo que se oía hasta moverse una mosca y la luz era común. Los invidentes, por lo demás, hacían bastante ruido y tampoco eran conscientes del impacto de la luz del techo. De hecho, uno de sus acompañantes, vidente, recomendó en alta voz apagar la luz y de inmediato respondió con sorna uno de los ciegos: “¡A mí no me molesta!”, provocando la hilaridad en nuestra zona. Sensu contrario, nos llamó la atención el silencio de los perros, de los que solo detectábamos el sonido de sus collares metálicos cuando se sacudían la cabeza.
Una vez en marcha iniciamos una jornada de diseño. Despejada y con sol, pero sin calor; a la temperatura justa para disfrutar del paisaje. Aquí van Beni, Susana e Irache comenzando la ascensión a la Cruz de Hierro.

Las vistas durante todo el día fueron espectaculares sobre las montañas que limitan León con Galicia incluido el monte Teleno (Pepe dixit) con nieve en su cumbre. A destacar la dureza del trazado, con 8,5 kilómetros de subida nada más empezar, abundantes bajadas y, lo peor de todo, piedras y pedruscos por todos los lados, en muchos tramos con lajas de pizarra oblicua como suelo. En Foncebadón, en plena subida, econtramos a estos perros, totalmente fritos y despreocupados del conjunto de los peregrinos que pasan todos los días por el camino. Pasotas, en suma.

En esta etapa se pasaba por la Cruz de Hierro, punto emblemático del Camino y uno de los más altos (1520 metros), donde todos los peregrinos dejan una piedra, al parecer traída desde su lugar de origen, aunque esto último está por demostrar. Al final, aquello se ha convertido en un verdadero monte de piedras. En la foto se ve a Juan depositando la suya.

Quizás debido a la preparación mantuvimos un ritmo más que decente, aunque hubo un momento crítico al llegar a Molinaseca. Los tres o cuatro últimos kilómetros discurren por una encajonada vereda por donde no corre el aire y se generó un ambiente asfixiante a la hora de más calor del día. Allí sudamos y sufrimos, con el añadido de que el albergue se encontraba en la salida del pueblo, lo que supuso un plus inesperado de casi un kilómetro.
Mediada la etapa nos fuimos cruzando con los ciegos, que iban en dos o tres grupos. En fila, ayudados por los perros y guiados por sus compañeros con vista; la imagen impresiona y hasta tienes cierta sensación de culpa por aquello de que tú puedes ver mientras ellos padecen tras invalidante limitación.

Pese a ello se les veía felices, satisfechos de su hazaña, y en un momento dado les echamos una mano para sortear unos charcos; era todo lo que podíamos hacer. En El Acebo, donde un grupo de nosotros hizo una parada técnica (en nuestro argot, reponer fuerzas con bebida y casi siempre algo sólido) coincidimos con Loli Robes, una de las invidentes. Tenía un problema en la rodilla y hacía la etapa a su bola; en ese momento acabábamos de descender más de 300 metros en pocos kilómetros por un camino accidentado y todos nos preguntamos como podían hacerlo ellos con el esfuerzo que nos había supuesto a nosotros. Loli nos informó que en su grupo los chicos también iban de “machitos”: llevaban en las mochilas la comida de sus perros (tres kilos al inicio que van menguando a razón de 300 gramos por día) desdeñando el coche de apoyo con el que contaban (nosotros no lo tenemos y, ojo, tampoco lo queremos ¿o no?). La siguiente foto de las chicas de oro es del pueblo más cercano a Molinaseca, Riego de Ambrós, especialmente pintoresco y bien rehabilitado. En Rabanal comprobamos que es un pueblo bonito, pequeño pero agraciado, con numerosas casas de piedra bien mantenidas. Molinaseca es bastante más grande pese a que tiene poco más de 500 habitantes a los que atienden en 45 bares, sí 45. La explicación radica en que acuden en masa desde la vecina Ponferrada a tomar vinos, aunque el que probamos durante estos días no nos dejó, salvo excepciones, mucha huella. El albergue (privado) estaba muy bien y las opciones de utilizar el municipal nulas. Lo gestiona el mismo personaje que te informa al llegar que el público está en obras. Dicen que cuando lo llena milagrosamente accede a abrir el municipal, lo que no deja de ser una cuestión a investigar. También nos llamó la atención la familiaridad del hospitalero (cuya mujer, francesa, rondaba por allí) con una peregrina alemana; tal parecía un ligue de manual y a ambos se les veía muy entretenidos ya que a ello dedicaron gran parte de la tarde. No obstante, la germana se marchó al día siguiente. En esta foto que hizo el hospitalero aparece de acoplada. Pero lo que a nosotros nos alegró fue que tenía suelos de madera, habitaciones muy amplias y unos baños aceptables, quizás los mejores de todos. De hecho fue el mejor albergue y, quizás por ello, la hora de la siesta fue un jolgorio de dos horas de risas y chistes hasta deternillarnos, una auténtica terapia. Las lavanderas mantuvieron un pequeño rifirafe a la hora de poner la lavadora pues una pareja pretendía algo así como que se la dejaramos porque la tenían reservada. No se les hizo caso y después se les devolvió la jugada doblando con total parsimonia la ropa seca, mientras la paisana aguardaba a que quedara libre la secadora, éso sí, con ejemplar paciencia y sin decir ni pío. Comimos un buen churrasco pasadas las cuatro de la tarde en un restaurante próximo de buen aspecto donde nos aceptaron por aquello de que dar de comer a trece debe ser rentable, y cenamos, después de tomar una copa junto al río, en un mesón más enxebre (los foráneos, al diccionario de gallego) del interior del pueblo. Un rato antes Beni se había marchado, pienso que con pena, para su casa. Asuntos profesionales le obligaban a interrumpir la marcha con el compromiso de regresar el miércoles por la tarde. Nosotros, como siempre, a una hora prudentísima, a dormir.

lunes, 12 de mayo de 2008

LA CITA CON EL JATO Y EL DOBLADO DE ROPA

28 de abril (segundo día): Molinaseca- Villafranca del Bierzo (31 km)
En esta etapa atravesamos todos los viñedos del Bierzo e hicimos una travesía bastante pesada por Ponferrada, en la que ya habíamos dado unas cuantas vueltas en coche al ir hacia Rabanal merced a la pericia conductora del Gran Chamán. Esta foto es de un androficio espantoso que, a modo de "rañaceos" están construyendo en Ponferrada, muy a tono con el entorno, cual se puede comprobar.Hubo bastante asfalto, aunque pasamos un pueblo bastante agradable, Cacabelos. En la foto se nos ve en plan estiramientos a las ocho de la mañana en la puerta del albergue de Molinaseca.
Año atrás, una velada nocturna en el albergue de Barbadelo nos dejó a todo el grupo con las ganas de conocer a El Jato, titular de un albergue privado en Villafranca, en la etapa previa al ascenso de O Cebreiro. Un marinero de Noia, con el que tomamos unos cuantos aguardientes, nos contó su experiencia en esta localidad. Juraba que llegó allí sin un duro y que El Jato le ofreció cobijo gratuito durante varias semanas, por lo que para él era como un padre. «¡Ao Xato que non mo toquen!», repetía una y otra vez en tono excitado. Fruto de aquella confraternización entre dos grupos de peregrinos nos quedó el recuerdo del personaje. Precisamente en aquella ocasión fue cuando conocimos a Sergio (que después dejaría un imborrable recuerdo en la reina Mora) y su amigo de peregrinación, el funcionario de prisiones, dos tipos entrañables. Quizás por ello, a la hora de dejar Molinaseca Juanma quedó encargado de reservar telefónicamente plaza en el albergue del susodicho.
Dicho y hecho. Al tratarse de un recinto privado no hubo problema alguno y así se transmitió a la estirada comitiva, más larga de lo habitual debido a la longitud de la etapa. Pese a ello, Jaime, amparado en «sus chicas», hizo un intento a media mañana para llevarnos al parador y darnos todos a la molicie con el argumento de que íbamos a llegar muy cansados. Juanma, en el tono amable que le caracteriza en estos casos, le recordó que existía un pacto previo para conocer al famoso Jato.Y no hubo más. El de la foto no es un albergue sino un camión corriente, convertido en autocaravana en plan casero que encontramos por el camino.
Sin embargo, la opción del Jato había nacido gafada, sin duda. Pepe y Nacho, que llegaron los primeros a Villafranca, desdeñaron el albergue municipal, el primero que aparece, y caminaron 150 metros más hasta el del Jato. De entrada no les gustó y, mientras Nacho hablaba con el encargado, Pepe se coló en su interior. Al reaparecer, Nacho le preguntó: «De uno a diez, ¿qué puntos le das?».
- Dos
- Pues vámonos.
Al alberguero lo dejaron con la palabra en la boca cuando incluso ya había sellado las credenciales pero al parecer estaba al borde de un coma etílico y porrero y tampoco le importó demasiado. Nacho, habilidoso, le espetó un vago «...es que no nos convence», y salieron a toda prisa. Según contaron después, era una porquería y ni siquiera teníamos posibilidades de conocer al Jato, que se había largado a Brasil o vaya usted a saber donde.
El albergue municipal no estaba mal...ni tampoco bien, como casi todos. Demasiadas literas en cada habitación y baños raquíticos para el número de gente. Estábamos bastante hacinados, cual se puede ver en la foto. Nos colocamos en la planta superior, la segunda, dispuestos a quedárnosla para nosotros aunque sobraban una decena de camas. Durante un rato nos valió la excusa de colocar cosas nuestras en todas las camas para que los que entraban creyeran que todo estaba ocupado. Sin embargo, una expedición de ciclistas portugueses, nueve en total, forzó a la hospedera a contar y recontar... y tuvimos que hacerles sitio. Resultaron ser unas personas majísimas, que venían de cerca de Viseu. Todos compañeros de trabajo, jefe incluido; otro grupo lo hacía a pie y juntos llegarían a Santiago. Además de su habitual educación, por la mañana tuvieron el detalle de cantarle el cumpleaños feliz con entusiasmo a su jefe. A nuestra pregunta de si se esforzaban tanto por ser tratarse de un compañero o del jefe, con sinceridad precisaron que «por las dos cosas». Por la noche Nacho se dedicó a mover las bolsas de fruta que habíamos comprado para ver si conseguía que Alvaro dejara de roncar. Alvaro nos confesaría después que estaba hasta el gorro de despertarse cada vez que Nacho meneaba las bolsa. Cosas de compartir habitación con otros veinte.
Villafranca es un lugar bonito, que en siglos pasados debió ser muy importante. Conserva una gran colegiata y un antiguo convento reconvertido en hospedería, también de grandes dimensiones. El castillo pertenece a la familia de Cristóbal Halfter y su hijo ha rehabilitado una torre en la que pasa temporadas.
Comimos en un mesón (El Padrino) recomendado por unos paisanos como el lugar de mayor calidad. No estuvo mal la comida a base de guisos, pero la amabilidad de los hospederos brilló por su ausencia. Ante lo contundente de la comida a la hora de cenar optamos por unos sandwichs y en esta cafetería negociamos el desayuno para la hora de apertura del día siguiente, las 7.30. Se imponía madrugar para andar un largo camino y ascender a O Cebreiro.

A la hora de recorrer el pueblo las chicas fueron madrugadoras mientras gran parte de los chicos nos quedamos jugando al «culo» con la baraja que, como siempre, trajo Nacho. El encargo incluyó la recogida, y doblado, de la ropa que quedaba en la secadora. Así lo hicimos cuando la alberguera nos la entregó tras sacarla de la máquina. Fue un rato de juerga ante el esfuerzo que suponía doblar prendas de todo tipo, aunque es de justicia señalar que Pepe se lo peleó más que nadie, creo recordar. Echamos unas risas intentando averiguar a quien pertenecían las prendas más llamativas, principalmente las interiores femeninas, valorando tamaños, diseños y colores. Unas veces acertamos y otras ni por asomo.
Pero la verdadera juerga llegó al regresar al albergue. La encargada nos esperaba con un cariacontecido bilbaíno.... que era el propietario de parte de la ropa que nos había dado (por error). El hombre, recién jubilado y que viajaba solo, según nos contó al día siguiente en La Faba, donde coincidimos, no tenía más mudas y estaba realmente preocupado. Nos dio calurosamente las gracias por devolverle la ropa tan perfectamente doblada. Ni qué decir del bochorno ante el cachondeo de ellas por no enterarnos de que las prendas no eran nuestras. Y todo por colaborar.

domingo, 11 de mayo de 2008

LA NIEVE QUE IMPIDE VER EL MOJÓN DE GALICIA EN LA ETAPA REINA

29 de abril (tercer día): Villafranca del Bierzo-O Cebreiro 31 km)
La previsión del tiempo era la que era… y fue. Teníamos por delante una larga jornada y, al final, la mítica subida a O Cebreiro, la llamada “etapa reina” tantas veces glosada en comparación con la de Saint Jean-Roncesvalles.

Después del reparador desayuno en un bar de la plaza del pueblo, cual se puede ver en la foto, salimos de Villafranca bajo una lluvia finísima (poalla en Galicia) y nos acompañó durante una buena tirada, bueno, casi todo el día. Y cuando finalizó empezó la lluvia intensa y la nieve. La salida de Villafranca fue muy agradable; con el fresco apetecía todavía más andar y lo hicimos por el borde de la antigua nacional, que en la mayor parte del trayecto ha separado el arcén con bloques de cemento para convertirlo visualmente en una auténtica senda.
Nos dedicamos parte de la mañana a cruzarnos y recruzarnos con el río Valcarce. Como caminamos por un valle estrecho había sitio para poco más que el cauce y la carretera, pero el juego era de lo más entretenido. Paisaje verdísimo, árboles, montaña, silencio y el río, no hay mucho más que pedir. Por el camino nos cruzamos con una pareja de coreanas que ya habíamos visto en otras ocasiones y con los portugueses en sus bicicletas.
En La Portela de Valcarce el grupo más numeroso hizo un alto por aquello de recuperarnos con un Aquarius y prepararnos para la subida a O Cebreiro, que Porota se tomó en serio haciendo estiramientos, aunque a juzgar por su estado físico durante todo el camino, mucha falta no es que le hicieran.Han sido cuatro años esperando el momento y por fin llegó. Nos pusimos en ruta pensando que iba a ser duro, y las previsiones se confirmaron. Los más estirados dirán luego que no fue para tanto, pero lo fue. Éso sí, el paisaje, una gozada: Había consenso en que la parte “jodida” discurrió entre Las Herrerías (donde Irache y Susana buscaron infructuosamente un taxi para sus mochilas) y La Faba, donde empezó la ascensión a nuestro particular Tourmalet. En las fotos no se aprecia el desnivel pero la cosa fue dura. Fueron 3,5 kilómetros de tormento, por una pista llena de piedras que parecía no tener fin en medio, eso sí, de un paisaje maravilloso. Algunos listos escogieron la senda de la carretera pese a que el cartel indicaba a las claras que era para las bicis. La mayoría siguió por donde debía y sudó la gota gorda. Tras un rato interminable llegamos a La Faba bien sudados y para ejemplo Juan, que puso su jersey ante la chimenera y parecía un baño turco. El pobre estaba derrotado pero siempre con dignidad: El descanso allí fue reparador; charlamos con Iñaki, el bilbaíno de la ropa y tomamos unos bocatas reconfortantes. Si acaso, tuvimos que contener a Pepe, un tanto arisco con la mesonera.
Antes de llegar ocurrió un incidente increíble. Juanma se encontró en medio de la carretera un jersey verde aparentemente nuevo, limpio y nada arrugado. Pese a ello pensó que llevaba allí tiempo y se limitó a apartarlo con el palo; Irache, un ciento de metros atrás observó la escena y al llegar hizo el mismo diagnóstico. Obviamente, los dos hubieran suspendido en el examen para el CNI, incluso para policía local de Cambre. En La Faba, compungida, Susana contó a todos que había perdido el jersey, verde, que llevaba anudado a la cintura. Ejem…
De La Faba al Cebreiro en el mapa pinta la verdadera cuesta, 5 km, pero todos convinimos que nos había costado más el trozo anterior. Fue igualmente gratificante: montañas y montañas con amplios trozos pintados en marrón que de cerca comprobamos que eran los helechos del año anterior secos y doblados. Salimos de La Faba prácticamente en fila india:La lluvia arreció y al entrar en O Cebreiro era ya nieve auténtica. Resultó un alivio llegar a Casa Carolo, el hotelito rural que teníamos reservado, aunque realmente no era ninguna maravilla; cada uno en su habitación con baño propio y calefacción. El descanso lo agradecimos y concluimos la velada con una cena en el restaurante Cebreiro: a la salida, nevaba con ganas y la temperatura rondaba la helada, anticipando lo que vendría al día siguiente. Pasamos frío para llegar a nuestro albergue esta vez de lujo en comparación con los de verdad.
Pero lo mejor de todo surgiría en las convesaciones de la tarde. La entrada a Galicia está marcada por un gran monolito indicativo (bien visible, como se puede comprobar) con el que uno tras otro nos íbamos literalmente chocando, tanto que hubo quien optó por fotografiarlo y fotografiarse. Sin embargo, Nacho y Ulpiano, que iban en descubierta a paso ligero no lo vieron. Tenían tanta prisa por llegar destacados, con las orejeras puestas, que les pasó desapercibido….

viernes, 9 de mayo de 2008

NIEVE EN EL ALTO DE POIO, “IRON-WOMAN” CANADIENSE E ISOLINA "MON AMOUR"

30 (cuarto día): O Cebreiro - Triacastela 20,5 km)
Mal tiempo en la llegada a O Cebreiro y repetición de la jugada a la mañana siguiente. A la hora de salir estábamos sobreaviso y ya nos equipamos desde el primer momento con los plásticos: hacía frío y el cielo amenazante. El Gran Chamán luce aquí en todo su esplendor: Nos habíamos diseñado una etapa de cierto relax para compensar la paliza del día anterior, pero no fue para nada un camino de rosas. Aquí estamos, después de desayunar en Casa Carolo, con los preparativos, enfundándonos los plásticos para protegernos Poco después de empezar, la nieve hizo acto de presencia. Copos grandes y una nevada de cierta intensidad que no tardó en cuajar. Primero unos pocos centímetros pero luego más y temperatura bajísima, quizás bajo cero. En los trozos de asfalto la nieve nos hacía resbalar y teníamos que ir con cuidado, preferentemente por la esquina del arcén con la carretera. Como compensación, el paisaje una maravilla, aunque costaba disfrutarlo. Lo peor de todo fue la subida al Poio. Coincidió con el momento más intenso de la nevada y la cuesta estaba toda vestida de blanco. No había otra que poner los sentidos a trabajar, la vista fija en el suelo y suspirar para llegar cuanto antes. La entrada en el bar del Alto fue apoteósica: entrábamos felices y, cuando nos íbamos a quitar la mochila, la sorpresa de ver que teníamos encima cuatro o cinco dedos de nieve. Vuelta a la calle para limpiarla pues si no encharcábamos el local. Alvaro y Juan, en medio de la que estaba cayendo.Allí dentro la chimenea, como en La Faba, fue nuestra salvación pues el empape era general. Nos quedamos un buen rato para reponer fuerzas y hubo quien tuvo tiempo para charlar con dos noruegas enormes que estaban también en la andaina aunque con las mochilas colocadas a unos "amigos".
A partir de aquí la ruta fue más cómoda, aunque sufrimos varias granizadas intensas: menos dificultades pero descensos duros, y con ello el paisaje, de cuento, se hizo más visible. Mundicamino afirma en su guía que es una de las etapas más bonitas y nosotros no vamos a llevarle la contraria. Hasta lució el sol a ratos y aprovechamos para quitarnos de encima la humedad. La llegada a Triacastela, a la que corresponde la foto, se hizo con el pelotón estirado; tanto que uno de los grupos terminó en un albergue privado, pero fueron reclamados para el público que estaba a la entrada y no vieron al pasar. Es una instalación bastante agradable con buena calefacción y camaretas para cuatro personas, con lo que la cosa de los ronquidos fue mucho más íntima. Aquí está Susanita, descansando en su cunita.Comimos en un bar del centro, viejo conocido de algunos, donde Pepe pudo comprobar que su figura deja huella. A la hora de elegir el menú lo cambió nosecuantas veces, hasta que el posadero le espetó: “usted estuvo aquí hace unos años, me acuerdo… y también entonces lo cambió varias veces”. La carcajada fue general, pero no es algo que a Pepe le afecte. Y más ese día, que esperaba como agua de mayo la visita (masaje capilar incluído) a su querida Isolina, la peluquera que ya le había hecho un servicio años años atrás. De hecho, traía una greñas muy largas para que el corte llamara más la atención. Comió con rapidez y se fue a la peluquería, donde logró que Isolina dejara a la cliente que tenía entre manos para atenderle. En la comida tuvimos un encuentro sorprendente: Erika, una canadiense de 79 años (SETENTA-Y-NUEVE) haciendo el camino sola por quinta vez. A su marido, que la cosa no le mola, lo dejó en Toronto cuidando el jardín. Tenía un aspecto fabuloso, lo que nos hizo dudar de su edad, pero lo resolvió eñseñándonos el pasaporte. Sin margen para la duda, en octubre cumplirá 80 años. Tras un rato de charla abondonó el bar con una botella mediada de mencía, el sobrante que no había consumido en la comida. Y quede claro que el vino, como casi todo el que nos daban en los menús, era manifiestamente mejorable. Tuvimos mucha tarde que empleamos en jugar a la garrafina, hacer la colada que falta hacía, ya que, después de tanta lluvia, nieve y bosta de vaca, teníamos la ropa hecha unos zorros. Cuando estábamos llenando la lavadora nos percatamos de que en el bolsillo de un pantalón -masculino- había una credencial... Estuvimos un rato de relajo en la salita del albergue, como se puede comprobar en la foto y después volvimos al sitio de la comida y tomamos una cena a base de tapas. Y descanso, que la etapa siguiente era la más larga de todas... Beni llegó a media tarde para incorporarse al grupo, fresca y descansada.

jueves, 8 de mayo de 2008

LA ETAPA MÁS LARGA QUE CONCLUYÓ CON EL ROMANCE DEL PEREJIL

1º de mayo (quinto día): Triacastela – Ferreiros, 31,8 km)
Los agobiados insistieron: desayuno a las siete, que es preciso salir pronto. En la foto estamos a la puerta del bar donde desayunamos, preparados para salir. Y lo lograron: a las 7,40 estábamos en marcha. Para abrir boca la salida de Triacastela, por la vía de San Xil en lugar de la de Samos, además de bonita es un mucho fastidiada. Una larga cuesta de al menos un par de kilómetros que nos dejó a todos tocados. Pese a ello, se formó un grupito de avanzados que decidieron dar el do de pecho. Nacho, Ulpiano, Porota, Juan y Juanma se situaron en cabeza y a toda máquina aceleraron; el pressing fue tan intenso que Juan tuvo un sofoco, optando por seguir los consejos de Porota y aflojar.
Los otros tres siguieron adelante en plan cabezota y Juanma, en un extraño arranque, se marchó en solitario seguido (perseguido más bien) por Nacho. Así fueron sus quince kilómetros, a toda la velocidad posible y en solitario. Una vez el asturiano estuvo a punto de sorprenderlo, pero sólo a punto. Al final llegó avanzado a Sarria, pero un error con las indicaciones casi le cuesta la etapa. In extremis llegó el primero, con Nacho a unas decenas de metros, al mesón Os Tapas, junto al Concello, donde hubo un descanso más largo y surtido de lo habitual. No obstante, es hoy el día que las rodillas de Juanma aún se resienten. Eso sí, entonces hubo que poner cara de circunstancias y negar cualquier afección.
El paisaje, una vez más, provocó entusiasmo, pero en esta etapa, sobre todo en la segunda parte, Sarria-Ferreirós, casi 14 kilómetros, las quejas fueron constantes. Gran parte del pelotón la consideró exagerada y faltó un tris para el motín. A mayores, teníamos que avanzar con rapidez, pues el único albergue de Ferreirós cuenta con exactas 22 plazas. Ya cerca de Ferreirós, nos topamos con el mojón que indicaba que estábamos a 100 kms de Santiago.Como no podía ser de otro modo, hubo quien hizo de la necesidad virtud. La hospedera, prototipo de rotundidad y rigidez, con un punto de mala leche, ni quiso reservar por teléfono ni aceptó que los primeros guardaran sitio a los siguientes. Por tanto, llegaban, lograban plaza y contaban a los siguientes peregrinos para calcular las posibilidades de los demás. Finalmente, Irache y Susana llegaron fuera de tiempo y, oh! Milagro, Pepe se ofreció a acompañarlas a una casa de turismo rural. Todos los entendimos: ¡LO HACÍA POR SUSANA!
Pero como todo no se puede tener en esta vida, se perdieron dos momentos inolvidables de esta magnífica semana. El primero, el cachondeo (estilo Molinaseca) en el albergue después de meternos un cocido entre pecho y espalda. Hubo risas mil con Jaime, primero curando ampollas y después haciéndose la manicura en público en unas uñas, of course, proporcionales a su tamaño, además de otras mil historias que fuera de contexto poco dicen, como las dudas de si Hulpiano se escribe o no con “hache”. Después, en la soirée, Porota sacó a relucir sus artes de mujer y pegó la hebra con Serafín, el padre del dueño del mesón cercano donde comimos, cenamos y desayunamos. Entre mil sonrisas le regaló de todo, perejil incluído, además de nueces y le enseñó los interiores de la finca con absoluta entrega. Esta foto prueba lo superfelices que estaban los tortolitos, pero el caso es que los "cachelos" de la cena tardaron porque Serafin, en lugar de estar pelando patatas...estaba "pelando la pava" conTrini Walker.No sabemos cómo fue la despedida pues Porota reclamó privacidad para un momento como éste. Pese a todo fue generosa: parte de las plantas acabaron en el jardín de Ana, en Vigo, donde por primera vez ha conseguido que le prenda una mata de perejil, de momento. Nosotros, mientras tanto, agobiados por los quehaceres, "as usual":
En descargo de la rotunda hostelera que nos tocó en suerte, aclarar que accedió a que volviéramos un poco más tarde de la hora tope al albergue, del que lo más suave que podemos decir es que era un poco más cutre (bastante más) que los precedentes, con camas pegadas unas a otras de manera inmisericorde. Los baños, en la misma línea, bien para cuatro o cinco personas pero minúsculos para una tropa. Pero bueno, salimos del paso y recargamos fuerzas. Para cenar, la del mesón nos preparó pulpo, aunque unos cuantos (los de la vida sana) se descolgaron del manjar y optaron por fruta y yogur.